(Mi amiga Carolina me contó la historia básica, yo la adorné un poco, siempre me pareció una historia muy graciosa)
Mauricio y Silvina habían comenzado una relación hacía unos meses. Los conocí en la Facultad de Odontología, formábamos un grupo de estudios, éramos unos siete compañeros, chicas y chicos.
Mauricio era un tipo de fuertes convicciones religiosas, por eso, su relación con Silvina era todo lo inocente y cándida que se podía, mientras él no se dejara llevar por ella.
Silvina todavía no entendía muy bien qué hacía con un tipo como Mauricio. Ella era una mujer apasionada, demostrativa, sin prejuicios ni represiones a la hora de mostrar lo que le pasaba por la mente y por el cuerpo. Quizás intuía que detrás de tanto telón dogmático, Mauricio bullía. No sólo era intuición, lo sentía en la piel de él cuando lo abrazaba; sus besos le confesaban más que lo que él mismo se hubiese permitido.
Por algunas conversaciones que teníamos las mujeres del grupo con Silvina, sabíamos que la temperatura de la pareja iba subiendo paulatinamente. A ella se le estaba acabando la paciencia en la misma medida que bramaban sus hormonas. A Mauricio se le hacía cada vez más difícil sostener una postura de la que no estaba completamente convencido, y que Silvina hacía tambalear cada vez que se avecinaba un momento de intimidad.
Una tarde nos reunimos a estudiar en la casa de uno de los del grupo. Ya llevábamos horas leyendo, concentrados, cansados. Yo veía que Silvina estaba más impaciente que lo habitual. Tras haber tomado el último sorbo, apoyó con fuerza el mate sobre la mesa y mirando con furia a Mauricio gritó:
_ ¡Basta ya!_ y, ante la vista atónita del grupo, añadió_ ¡¡¡¡¡Mauricio, quiero que me faltes el respeto!!!!!