Sin título
Todavía no había sonado el despetador. Isabel aún no sabía a quién agradecer la noche de anoche. Ni a dios ni al destino, se lo agradeció a ella misma, porque fue su mérito. Si había que atravesar mil tormentas para una noche así, entonces bien valía la pena salir sin paraguas.
Entre las sábanas, se preguntaba (esa eterna costumbre de preguntar tanto) cómo era posible que, después de diez años, este hombre tuviera la capacidad de darla vuelta como una media, como se decía vulgarmente. Cómo lograba que ella, al otro día, saliera a la calle envuelta en un traje de ilusión, con la sonrisa estampada como un sello, y que hasta el viento en la cara la hicieran sentirse invencible, poderosa.
Y que diez años se convirtieran en un día, solo se lograba con magia. Isabel, a esta altura, ya había aprendido algunos trucos que, en realidad, se los había copiado a la vida, para no dejarse engañar por ella. Así, aprendió a utilizar por sí misma y en su propio beneficio, el poder que le daban esos pases mágicos.
Así , tantos años se convierten en un día. Y un día, en una eternidad.